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 ¿POR QUE ADORAR LA CRUZ?

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AutorMensaje
CRISTINA
AVANSADISIMA
AVANSADISIMA



Femenino Edad : 75
Localización : Peru
Fecha de inscripción : 10/11/2009

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MensajeTema: ¿POR QUE ADORAR LA CRUZ?   ¿POR QUE ADORAR LA CRUZ? EmptyMiér Abr 20, 2011 9:02 pm

Newsletter: Semana Santa


¿Por qué "adorar" la cruz?
Reflexiones para profundizar nuestros gestos religiosos. Colaboración del Pbro. Lic. José Antonio Marcone, VE


Autor: P. Lic. José Antonio Marcone,V.E. | Fuente: apologetica.org


Un
amigo me hizo las siguientes preguntas: “Dado que la adoración es un
acto específico que la creatura dirige sólo a la divinidad, ¿porqué
entre los ritos del Viernes Santo está el de la adoración de la Cruz?
¿No se configura como un acto de idolatría? Entonces, ¿porqué usar esta
terminología, que aparece como blasfema, contra el clarísimo primer
mandamiento de la Biblia? ¿Porqué usar esta terminología que podría
desviar a aquella parte del pueblo de Dios que no tiene instrumentos
culturales suficientes para comprender que no se trata, en definitiva,
de un culto dirigido a un objeto de madera?
¿Cómo nació este uso en la Iglesia Católica? ¿A qué época se remonta?
Cada vez que participo en la celebración del Viernes Santo siempre
afloran de nuevo estas preguntas. Mentalmente las resuelvo siempre
diciéndome que se trata de un acto de veneración”. Para responder estos
interrogantes he escrito este pequeño artículo.


1. ¿Qué entendemos por ´adoración´?

Quiero, ante todo, aclarar la terminología. La palabra
adoración es genérica. Deriva del latín ad-orare, cuyo primer sentido es
elevar una súplica. Después significa tener veneración por alguien, y
de aquí, adorar. Ahora bien, como sucede con toda cosa genérica,
requiere la especificación. Cuando la veneración se dirige a Aquel que
tiene la excelencia absoluta, es decir, a Dios esta
adoración se llama adoración de latría.

Por otro
lado, Dios comunica su excelencia a algunas creaturas, aunque no según
igualdad con Él, sino según cierta participación. Por eso veneramos a
Dios con una veneración particular que llamamos latría, y a ciertas
excelentes creaturas con otra veneración que llamamos dulía. Pero es
necesario estar muy atentos, porque el honor y la reverencia son debidos
solamente a la creatura racional. Por lo tanto, la dulía corresponde
solamente a la creatura racional.

En consecuencia,
en sentido estricto, tenemos una adoración de latría que es sólo para
Dios y una adoración de dulía, para las creaturas. Vemos entonces que el
sentido vulgar de la palabra adoración (que coincide con el último
sentido de la palabra latina) se identifica con aquello que hemos
llamado, con Santo
Tomás de Aquino, ´adoración de latría´.


2. ¿Debemos adorar la cruz de Jesús con adoración de latría?

Santo Tomás se hace esta misma pregunta[1]. Nos referimos a
la misma cruz de Jesús, aquella en la cual fue clavado. Esta es la
respuesta: la adoración de latría solamente debe ser dirigida a Dios. La
dulía (proviene de la palabra griega doûlos que significa siervo) debe
ser dirigida solamente a las creaturas racionales. Pero a las creaturas
materiales (´insensibles´, dice Santo Tomás) podemos presentarle honor y
obsequio en razón de la naturaleza racional. Esto podemos hacerlo de
dos modos: el primer modo es en cuanto la creatura insensible representa
a la naturaleza racional; el segundo es en cuanto la creatura
insensible está unida a la naturaleza racional.

“De
ambos modos debe ser
venerada por nosotros la cruz de Jesús -dice Santo Tomás. Del primer
modo, en cuanto representa para nosotros la figura de Cristo extendido
sobre la cruz. Del segundo modo, a causa del contacto que tuvo la cruz
con los miembros de Cristo y porque fue bañada con su sangre. Por lo
tanto -continúa diciendo Santo Tomás- de ambos modos la cruz es adorada
con la misma adoración que recibe Cristo, es decir, adoración de
latría”.

Debemos estar atentos a aquello que dice
Santo Tomás. No damos a la cruz (objeto de madera) el culto de latría en
cuanto objeto de madera sino en cuanto representa a Cristo y en cuanto
estuvo en contacto con su cuerpo y con su sangre, es decir, en razón de
Cristo. Esto quiere decir que la adoración de latría va dirigida a
Cristo y no a un pedazo de madera. Dice el P. Fuentes respecto a esto:
“Evidentemente el concepto clave es aquí la
distinción, dentro de la adoración de latría (...), entre latría
absoluta y latría relativa: latría absoluta es la que se da a una cosa
en sí misma (por ejemplo, a Dios, a Jesucristo, etc.); latría relativa
es la que se da a una cosa no por sí misma sino en orden a lo que es
representado por ella (las imágenes). Por tanto, si bien la cruz no es
adorada con culto de latría absoluta, sí lo es con el de latría
relativa”[2].

Ahora bien, ¿qué sucede con las cruces
que nosotros tenemos ahora? Estas cruces son imitaciones de la ´vera
cruz´ de Jesús, cruces hechas de piedra, de madera o metal. La respuesta
a esta pregunta pienso que aclarará un poco más nuestro tema.


3. ¿Debemos adorar las imágenes de Cristo con adoración de latría?

Partimos del punto que estas
cruces de las cuales hablamos no son otra cosa que imágenes de Jesús, es
decir, tratan de representar pictóricamente al Dios encarnado, al Verbo
hecho hombre. Exponemos la doctrina de Santo Tomás respecto a la
actitud que nosotros debemos tener hacia las imágenes pictóricas de
Cristo.

Podemos considerar las imágenes en general en
dos sentidos. Primero, en cuanto es una cierta cosa, hecha con un
material determinado. Segundo, en cuanto es imagen de una realidad, la
cual se configura como ejemplar o modelo de dicha imagen. En el primer
sentido, esto es, en cuanto es una cosa cualquiera, a las imágenes de
Cristo (y también a las cruces hechas actualmente; por ejemplo, de
madera esculpida o pintada), no se les debe dar ninguna reverencia,
porque solamente debemos dar reverencia a la creatura racional. Por lo
tanto, a las imágenes de Cristo (y también a las de los santos), tomadas
en este
primer sentido, no debe brindárseles ni adoración de latría, ni dulía,
ni siquiera veneración.

En el segundo sentido la cosa
es diferente. Porque cuando yo me dirijo a una imagen en cuanto
representa otra realidad y me la recuerda, no me estoy dirigiendo a la
imagen misma sino a la realidad que representa. Es en este sentido que
nosotros presentamos honor y obsequio a las imágenes de Cristo (y a las
cruces). Por eso, en este sentido, damos a las imágenes de Cristo la
misma reverencia y veneración que damos a la persona de Cristo. Y dado
que a Cristo lo adoramos con adoración de latría, en consecuencia a su
imagen debemos adorarla también con adoración de latría. Para ser más
exactos digamos que también a las imágenes de Cristo las adoramos con
latría relativa. Esto lo dice San Juan Damasceno bellamente: “Imaginis
honor ad prototypum
pervenit”, esto es, “el honor dado a una imagen se dirige y llega hasta
el prototipo”.

Resumiendo: adoramos las imágenes de
Cristo y las cruces en cuanto son símbolos de una realidad ulterior y
divina. Por eso dice el Libro Ceremonial de los Obispos: “Entre las
imágenes sagradas, la figura de la cruz ´preciosa y vivificante´ ocupa
el primer lugar, porque es el símbolo de todo el misterio pascual.
Ninguna imagen más estimada ni más antigua para el pueblo cristiano. Por
la Santa Cruz se representa la pasión de Cristo y su triunfo sobre la
muerte, y al mismo tiempo anuncia la segunda y gloriosa venida, según la
enseñanza de los Santos Padres” (n. 1011).


4. Respuesta puntual a las preguntas

Podemos ahora responder puntualmente a las preguntas puestas al principio de este pequeño artículo.

1)
“Dado que la adoración es un acto específico que la creatura dirige
sólo a la divinidad, ¿porqué entre los ritos del Viernes Santo está el
de la adoración de la Cruz?”
Porque la Iglesia quiere que, a través
de la cruz, que representa a Cristo y estuvo en contacto con Él,
adoremos al que es hombre y Dios. Ella es el “símbolo por antonomasia de
la pasión de Jesucristo” y “representa al mismo Jesucristo en el acto
de su inmolación. Por eso debe ser adorada con una acto de adoración de
´latría relativa´ en cuanto imagen de Cristo y por razón del contacto
que con Él tuvo”[3].

2) “¿No se configura como un acto de idolatría?” No, porque el culto de latría no va dirigido al pedazo de madera sino a Cristo.

3) “Entonces,
¿porqué usar esta terminología, que aparece como blasfema, contra el clarísimo primer mandamiento de la Biblia?”
Esta
terminología, teológicamente hablando, es correctísima. Se puede decir
con toda propiedad ´adoración de la cruz´ porque se puede dar culto de
latría relativa a un objeto insensible en razón de Cristo, que es Dios.

Respecto al problema bíblico es verdad que el primer
mandamiento dice: “No te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que
hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo
que hay en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas ni
les darás culto” (Éx.20,4-5). Pero en realidad “ese precepto no prohíbe
hacer alguna escultura o imagen, sino que prohíbe hacerlas para ser
adoradas. Por eso se agrega inmediatamente: ´No te postrarás ante
ellas ni les darás culto´ (Éx.20,5). Y dado que el movimiento de
adoración que se dirige a la imagen es el mismo que va dirigido y
termina en la cosa, al prohibir la adoración de las imágenes lo que se
prohíbe es la adoración de la cosa, semejanza de la cual es la imagen.
Por lo tanto debe entenderse que ese precepto prohíbe la fabricación y
la adoración de las imágenes que los gentiles hacían para adorar a sus
dioses, es decir, a los demonios. Por eso, en el mismo paso de la
Escritura, antes se dice: ´No habrá para ti otros dioses delante de mi´
(Éx.20,3)”[4]. Esto que acabamos de decir queda confirmado por el mismo
Yahveh cuando manda a Moisés hacer la escultura de dos ángeles para que
adornen el arca de la Alianza: “Harás dos querubines de oro macizo; los
pondrás en los dos extremos del propiciatorio” (Éx.25,18).
Si la prohibición fuese de hacer imágenes en absoluto, el primero en
quebrantar dicha prohibición hubiese sido el mismo Dios. El mismo Dios,
según vemos en este texto, manda hacer dos esculturas para ser
veneradas.

Además hay que tener en cuenta que en el Antiguo
Testamento esta prohibición de hacer y adorar imágenes adquiría un
sentido especial porque el verdadero Dios se había revelado como un ser
espiritual e incorpóreo y, por lo tanto, no era posible hacer alguna
imagen corporal que expresara adecuadamente a ese Dios incorpóreo. “Pero
dado que en el Nuevo Testamento Dios se hizo hombre, puede ser adorado
en su imagen corporal”[5]. Por lo tanto, vemos que ni en el acto de
adoración de la cruz ni en la terminología usada para expresarlo hay
algo que se oponga a la revelación del Antiguo o del Nuevo Testamento.
Al contrario, el Nuevo Testamento, al revelarnos la
encarnación de Dios, nos autoriza a adorarlo en su imagen corporal.

4)
“¿Porqué usar esta terminología que podría desviar a aquella parte del
pueblo de Dios que no tiene instrumentos culturales suficientes para
comprender que no se trata, en definitiva, de un culto dirigido a un
objeto de madera?”
El problema no es la terminología que, como
dijimos, es correcta. Tanto la terminología como el tema en sí mismo
podría explicarse de tal manera que todos lo entiendan, aún aquellos que
tienen menos ´instrumentos culturales´. Hay muchos misterios en nuestra
religión que no son fáciles de entender en el primer intento. Necesitan
una explicación llena de ciencia y caridad, es decir, con la capacidad
de adaptarse a las condiciones del oyente. Esa es la tarea de los
pastores. Precisamente, uno de los problemas más graves de nuestro
tiempo, como ya
lo hacía notar el Papa Pablo VI[6], es el dramático alejamiento y
posterior ruptura entre Evangelio y cultura. Por eso hace falta afrontar
una evangelización profunda, que llegue hasta los fundamentos
culturales de las distintas sociedades.

5) “¿Cómo nació este uso en la Iglesia Católica? ¿A qué época se remonta?”
Pienso, junto con Santo Tomás, que este uso nació de los mismos
apóstoles. Lo que Santo Tomás dice respecto a las imágenes de Cristo se
puede aplicar, y con mayor razón, a la cruz misma de Cristo. Dice este
santo: “Los Apóstoles, por el familiar instinto del Espíritu Santo,
transmitieron ciertas cosas a las iglesias para que sean conservadas que
no dejaron en sus escritos, sino que las han entregado a la sucesión de
los fieles para que sean ordenadas como precepto de la Iglesia. Por eso
dice San
Pablo: ´Manteneos firmes y conservad las tradiciones en las cuales
fuisteis instruidos, sea por medio de nuestra viva voz (es decir,
oralmente), sea por medio de nuestra carta (es decir, transmitido por
escrito)´ (2Tes.2,15). Y entre estas tradiciones recibidas oralmente
está la de la adoración de la imagen de Cristo. De hecho se dice que San
Lucas evangelista (que fue compañero de los apóstoles) pintó una imagen
de Cristo, que se encuentra en Roma”[7].

Sin duda
que ya las primeras comunidades cristianas adoraban la cruz, como es
testigo aquel antiquísimo cántico que se dirige a la cruz como si fuese
una persona y le atribuye poder para dar la salvación: O Crux, ave, spes
unica. Hoc passionis tempore, auge piis iustitiam, reisque dona veniam.
“Ave, oh Cruz, esperanza única. En este tiempo de pasión aumenta la
justicia de los santos y a los culpables dales el
perdón”. Los Santos Padres de los primeros siglos, como San Agustín y
San Juan Damasceno, hablan del rito de la adoración de la cruz como algo
ya consolidado en la Iglesia.

En el siglo IV Santa Elena, la
madre del emperador Constantino, impulsada por esta devoción a la cruz
de Cristo, se empeña en buscarla y la encuentra. Sin duda que este
hallazgo de la ´vera cruz´ habrá estimulado muchísimo la devoción a
ella.


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    Notas

    [1] S. TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, III Parte, cuestión 25, artículo 4.

    [2] FUENTES, M. A., El teólogo responde, Ediciones del Verbo Encarnado, San Rafael, 2001, p. 169.

    [3] FUENTES, M. A., ibidem.

    [4] S. TOMÁS DE AQUINO, idem, III, c. 25, a. 3, respuesta 1.

    [5] “Sed quia in Novo Testamento Deus factus est homo, potest in sua imagine corporali adorari” (S. TOMÁS DE AQUINO, ibidem).

    [6] Cf. Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, n. 20.

    [7] S. TOMÁS DE AQUINO, idem, III, c. 25, a. 3, respuesta 4.
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